Mediapunta siempre han aspirado a componer LA GRAN CANCIÓN POP, así con mayúsculas. Esa obsesión dominaba las cuatro canciones del disco de debut de los aragoneses, Amor olímpico, publicado -cómo no- por Sonido Muchacho hace un par de años. Y esa vuelve a ser también la principal motivación de No quiero sentirme solo, su estreno en formato largo un disco en el que cada una de las diez canciones que lo componen se estira hasta casi tocar el cielo.
Una constante en la existencia de la banda, desde aquellos tiempos en que todavía giraban bajo el nombre de Los Crápulas, han sido las comparaciones con El Niño Gusano, la clásica formación de delirante psicodelia pop que ha pasado a la Historia como una de las originales y fascinantes bandas del proto-indie allá por los lejanos años noventa. Procedencia obliga, y también el parentesco del principal compositor de Mediapunta, Francho Pastor Algora al que su apellido delata: sí, Francho es sobrino del llorado Sergio Algora, frontman de El Niño Gusano.
Ese espíritu transgresor, de tomárselo todo un poco a chirigota y encontrar en ello un singular sentimiento poético, se encuentra a lo largo de estas diez canciones de pop maximalista, de guitarras y experimentos turulatos y pasados de vuelta. Posiblemente el más flagrante de ellos es Nueva escena musical, una canción tan pegajosa como divertida e inspirada que reivindica su posición en el panorama musical de este país.
Pero No quiero sentirme solo está en realidad cargado de melodías memorables, al borde casi siempre de saltar por los aires por la nula intención por parte del grupo de poner coto a su propia desmesura. Mañaneo, Extraterrestres,... son canciones propulsadas por una energía cuasi-punk, pildorazos de tres minutos en los que la Mediapunta se lanzan a tumba abierta entre estribillos sha-la-las a contar historias de amor torcido, entre afortunadas imágenes de noches vino y rosas, invasiones aliens y luces estroboscópicas. Si Carolina Durante les han declarado su amor incondicional será por algo...